Los fieles del arco iris

Prefieren el evangelio a las lentejuelas. Gays cristianos se reúnen en un sótano de Chueca para compartir su fe. 
 

Cuarenta hombres asisten a una celebración en el corazón de Chueca, el barrio gay de Madrid. Es una noche de sábado más. Pero no, no gira ninguna bola de espejos sobre ellos ni se escucha música de baile. El conductor del evento recuerda que un día como ese, víspera de Pentecostés, hace cinco años, un puñado de fieles creó Crismhom, Cristianos y Cristianas de Madrid Homosexuales. Acto seguido lee la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios. Entonces, eran cuatro o cinco. Actualmente, cuentan con 150 asiduos a sus oraciones ecuménicas, encuentros formativos y retiros espirituales.

El acto tiene lugar en un sótano y resulta inevitable imaginar la primitiva iglesia, aquella que se refugiaba en catacumbas para escapar de la hostilidad de los poderes establecidos. «¿Catacumbas?», sonríe Xavier F., presidente de la entidad. «Si se refiere a la oficial, sí, pero nosotros nos consideramos parte de la Iglesia como cuerpo místico, como comunidad de creyentes, de seguidores de Cristo. No estar reconocidos no nos condiciona. Nos sentimos muy orgullosos de ser unas personas normales, cristianas y gays».

La presencia central del crucifijo y la bandera del arco iris, emblema del colectivo homosexual, simbolizan esa doble condición, aparentemente contradictoria dada la hostilidad existente entre los estamentos eclesiásticos y la minoría. Aunque este colectivo no la vea «porque interpretamos la palabra de Cristo como un mensaje de libertad y apoyo a los oprimidos, siempre enfocado desde la caridad y el amor», aduce Xavier. Y resta dramatismo a su situación: «La gente cree que sufrimos más presión de la que padecemos en realidad».

En cualquier caso, en España no abundan los grupos como el suyo. Existe alguno en Canarias, Levante, Cataluña y Andalucía, pero se trata de pequeñas iniciativas. «No es fácil, el entorno social no lo propicia, se precisa ser muy maduro en tu fe y en tu aceptación sexual para dar el paso y pensar que este proyecto de vida es posible». El madrileño está formado mayoritariamente por católicos, aunque también lo frecuentan algunos luteranos o evangelistas. «No somos una iglesia ad hoc, somos una parte más, una porción olvidada del rebaño».

Su intención última es testimoniar que otra forma de hacer es posible en el seno de la institución eclesiástica. «En un mundo que busca seguridades de todo tipo, hemos decidido movernos en la inseguridad, demostrar que el mensaje cristiano comporta la liberación del ser humano», defiende el presidente. Recurre a la Historia para defender sus posiciones. «Hay muchas realidades en la Iglesia. San Francisco de Asís tuvo una revelación e intentó cambiar la estructura con mucho rechazo, y Santa Teresa peleó también desde dentro para demostrar que las mujeres eran capaces de crecer espiritualmente. Ellos también trabajaron desde la modestia y seguramente llegaron a pensar que su propósito era irrealizable, pero lo consiguieron. Si la presencia del Espíritu es fuerte se pueden cambiar las cosas».

Los participantes en la ceremonia oran, cantan y piden perdón por sus debilidades, manifiestan dudas o demandan esperanza para quienes sufren. Su edad oscila entre los 35 y 45 años, aunque también se ve a algún un estudiante universitario que comparte oración con personas cercanas a la jubilación. «No hay Iglesia tan diversa en la edad, tanto social como ideológicamente», coinciden sus integrantes.

La militancia femenina es escasa en Crismhom. La mayoría de sus miembros desempeñan profesiones liberales y evidencian una prolongada experiencia religiosa al haber tomado parte en comunidades de base. Los hay incluso que trabajan para la Iglesia. El celebrante finaliza el acto reclamando un espacio común para todos los que recalan en Chueca y quieren compartir su fe, independientemente de las circunstancias personales: «Un lugar donde quepan todos, heterosexuales y homosexuales, gays y lesbianas, transexuales y bisexuales, jóvenes y viejos, guapos y feos, con pluma o sin ella». Tampoco se olvidan de los más desprotegidos. Crismhom ofrece un servicio de acogida a marginados, como personas que hacen la calle o adolescentes especialmente vulnerables. Hoy, Día del Orgullo Gay, llevarán sus reivindicaciones a la calle. Aquí nos dan cuenta de su testimonio, pero, por evitar problemas, prefieren hacerlo sin revelar completamente su identidad.

«En el seminario me decían que callara y trabajara desde dentro»

Julio se formó como sacerdote, pero antes de ordenarse declaró su homosexualidad a los superiores del seminario. «Me dijeron que no resultaba lo más adecuado que diera el paso», recuerda. Eran los tiempos en que empezaban a aflorar los casos de pederastia que alentaron recelos contra los homosexuales, como si el fenómeno se tratara de un problema específico del colectivo. «Muchos compañeros, de la misma condición, defendían que no tenía que haberlo dicho para luego poder trabajar por la aceptación desde dentro. Comprendo esa actitud, pero mi conciencia me decía que un gay tiene la misma dignidad, recursos, equilibrios y desequilibrios que un 'hetero' para la vida célibe. Y yo, hasta entonces, la había mantenido con total entrega».

Intentó incorporarse al clero regular y fue descartado. Fue entonces cuando su proyecto de vida entre los 18 y los 30 años se vino abajo. «Supuso una gran frustración», recuerda. «Tuve dos opciones, rebelarme y abandonar la Iglesia o, desde la fe, plantearme que Dios me había dado unos talentos que me tenían que servir para quienes no poseen esa suerte».

Julio probó el sexo y luego contactó con otros creyentes que le ayudaron a encontrar su equilibrio personal. ¿Hace falta que la gente salga de armario y diga que es gay y, además, cristiano? «Sí, mucho, aunque es complicado. Las leyes te amparan y criticar está mal visto, pero otra cosa es la homofobia. Además, algunos trabajan para la Iglesia y, quizás, sufrirían repercusiones».

«En Chueca encontramos mucho cachondeo, pero faltaba Jesucristo»

Un sacerdote en Lourdes le aconsejó que encauzara su vida, que buscara una chica y formara la pertinente familia. «Fue milagroso porque me abrió los ojos, se lo tengo que agradecer», recuerda Pablo. Hasta entonces había cargado con su homosexualidad como si fuera un estigma, según propias palabras. «Me sentía diferente, inferior, cuando yo soy hijo de Dios como los demás y no se me puede discriminar. Aquellas palabras me hicieron recapacitar».
Pablo había vivido una doble vida, con un desarrollo emocional paralelo al de sus amigos, pero orientado a su propio sexo, salpicado por amores platónicos. A la vez, fomentaba una búsqueda espiritual en el seno de una comunidad de base. «Una vez alguien del grupo vino a mi casa y al ver la decoración me dijo: 'Pablo, ¿no serás maricón?'». No repitió la experiencia.
A través de internet, contactó con otros gays creyentes. Sus reuniones fueron el germen de Crismhom. La dueña del local donde se reúnen lo cedió por un alquiler simbólico. «En Chueca encontramos mucho cachondeo, pero faltaba Jesucristo y abrimos el centro. La gente empezó a venir, algunos para cotillear, otros por morbo, algunos pensando que encontrarían aquí individuos con más principios, y seguimos manteniendo la puerta abierta a todo el mundo».
Pablo convive con su pareja, también cristiano, y sigue participando en un grupo parroquial donde no ha confesado su condición sexual. «Sopeso y creo que es más positivo callar». Su posición frente a la postura oficial de la Iglesia es rotunda: «Nos tiene que pedir perdón y yo seguiré luchando para que se normalice y obtengamos el respeto de todos».

«Es como si tu propia madre te tratara mal, aunque no dejas de quererla»

A Jesús le dolían las declaraciones agresivas y dolorosas de la Iglesia en torno a la homosexualidad. «Como si tu propia madre te tratara mal, aunque no dejas de quererla», protesta. «No es nada evangélico rechazar a una persona por su orientación sexual». También reconoce que fueron sacerdotes quienes más le ayudaron para aceptarse, los que le animaron a seguir adelante con su vida y vencer el sentimiento de culpabilidad.

Ya se ha acostumbrado a luchar contracorriente en todos los planos. Se define como gay, católico romano y, baja la voz, de derechas. «¿Por ser homosexual tienes que ser ateo y de izquierdas?», se pregunta, aunque admite el acierto socialista de aprobar el matrimonio gay. También asegura que su pretensión es cambiar la Iglesia. «Para que sea más abierta, más comprensiva con nosotros, que somos hijos de Dios».

Él explica el éxito de Crismhom desde el respaldo más privilegiado. «Este remanso de paz, de bálsamo para las heridas, es obra de Dios, opus dei, él nos hace ver que es posible vivir con naturalidad la orientación sexual y crecer en la fe. Nosotros creemos en un Dios del amor».

«Mi salida del armario tuvo una audiencia de lujo»

Alberto conoció otra iglesia, abierta, lejana, nada menos que al otro lado del Atlántico. Este ingeniero tuvo sus primeros contactos con el cristianismo gay en un templo del barrio neoyorquino de Chelsea donde los homosexuales constituían la mitad de la parroquia. No obstante, su formación espiritual siempre se había canalizado en un grupo cercano a la Compañía de Jesús, al que regresó tras su vuelta a Madrid y donde acabó exponiendo abiertamente su condición. «No hubo reacciones adversas, mi salida del armario tuvo una audiencia de lujo».

Pero en la vida cotidiana las cosas no son tan fáciles. «No hablo de mis convicciones religiosas cuando las relaciones son superficiales para evitar el estereotipo». Su falta de pareja guarda relación con su identidad. «Si quiero compartir mi vida con alguien ha de participar también en esa fe porque si no es así, no va a entender mi comportamiento».

Publicar un comentario

0 Comentarios