El valor de dar la cara para pedir tolerancia

En un documental, seis jóvenes cuentan cómo enfrentaron una sexualidad diferente.

Con una cámara de video, Camile recorre las imágenes de los momentos más importantes de su vida, plasmados en su habitación. Muestra sus fotos de agraciada jovencita, graba dibujos y escritos, y termina en una jeringa gigante, pegada en la pared, que lleva por dentro un papel con la palabra 'testosterona'. Le dieron una cámara para que, por varios días, contara lo que quisiera sobre su vida, desde su intimidad.

 Jorge Rincón, Camila Gómez, Maríaclara López, Jéssica Useche 
y Andrea Muñoz (en brazos del resto)

Camile no es su nombre; optó por llamarse así desde que decidió reivindicar su masculinidad o, en otras palabras, cuando inició su transformación de mujer a hombre transgénero. "La norma dice: eres mujer, tienes vagina y puedes parir hijos; eres hombre y tienes pene. El resto no importa", dice al referirse a la percepción que la gente suele tener sobre la sexualidad.

Camile tiene 22 años y es parte del grupo de jóvenes que protagonizó el documental Dónde está la diferencia, iniciativa de la ONG Colombia Diversa, la Agencia Española de Cooperación de Extremadura y la Octava, productora audiovisual, que así buscan combatir la discriminación y el maltrato que niños y jóvenes padecen en el ambiente escolar, precisamente por su sexualidad diferente.

Durante 21 minutos, los jóvenes -cada uno con una identidad sexual específica- cuentan no solo cómo enfrentaron el dilema de descubrir y enfrentar una sexualidad distinta en un mundo convencional, sino la hostilidad de compañeros de clase e, incluso, de sus profesores.

A Camile lo expulsaron del colegio. "De niña siempre fui un niño, era un amiguito más", recuerda. Fue creciendo y en la adolescencia corroboró que sus palpitaciones no se aceleraban por los hombres, entonces se reconoció como lesbiana. "El colegio fue terrible: nadie quería trabajar conmigo y los profesores no me entregaban calificaciones, me hicieron perder el año y me echaron", evoca con la voz firme, y admite que toda esa hostilidad le ayudó a edificar un carácter con buenos cimientos. "Después, ya no me importó nada", cuenta Camile, quien, pese a aparecer en el documental, pidió no salir fotografiada en este reportaje, por razones personales.

Andrea Muñoz es una morena de rasgos finos y pelo ensortijado a quien no le interesa el activismo gay. Si de luchas se trata, dice, su felicidad es su único fin. Decidió participar en el documental porque quiere ayudar a disminuir los niveles de odio y por rendirle tributo a una amiga especial que murió hace poco. "Mi sexualidad no es algo que me define. Lo que me define es el arte, la música, la fotografía y los vinos. Estoy acá mostrando no la orientación, sino lo que siente una persona que puede amar a un hombre y a una mujer por igual", dice esta estudiante de Ingeniería Química y artista. Confiesa que, al principio, tuvo muchos líos con ella misma, cuando empezó a explorar la dualidad de sus emociones.

"Yo no me enamoro de géneros ni rótulos: me enamoro de seres humanos", cuenta la joven, quien dice que no ha sido discriminada por su sexualidad porque no le interesa socializarla.

Metida bajo las cobijas, Maríaclara López cuenta que su padre le dice que los gays y lesbianas parecen astronautas. "Me dice: 'deja de ser astronauta', y yo jamás dejaré de serlo: tengo la capacidad de irme a la Luna cuando yo quiera", dice la joven, de 17 años, quien aclara que tanto para el documental como para esta nota contó con la autorización escrita de su madre. Pero, más que eso, se trata de una decisión propia.

Con la gracia típica de una joven de su edad, recuerda que de niña lucía el pelo corto y que, mientras sus amigas jugaban con muñecas, ella perseguía a los niños armada de un palo. A los 14 años, asegura, sintió enamorarse de la primera y única novia que ha tenido, con quien duró dos años. En nombre del amor, decidió confesarse con sus padres y amigos. Solo se ha sentido discriminada en dos oportunidades: cuando la expulsaron del colegio sin darle una explicación y cuando en un parque, después de despedirse de un beso de su pareja, un hombre la insultó y por poco la golpea.

De resto, se declara una persona con cero traumas. Le preocupa lo que está aprendiendo en la facultad de Ecología de su universidad sobre el daño irreparable que el hombre le está causando a la naturaleza. "No entiendo cómo tanta gente se enreda la vida porque una mujer ame a otra mujer, mientras este planeta se está derrumbando", dice.

Salir del clóset dos veces

Jéssica Useche señala la ventana del apartamento en frente del suyo, y cuenta que su vecina fue a quejarse al edificio donde ella vive: estaba molesta solo por el hecho de tener que topársela cuando se asomaba. "Yo también tengo que verla y no tengo problema con eso", cuenta Jéssica, una transexual de 28 años y, según ella, "la cuchita del documental". Hija única de una madre soltera, estudiosa, ha salido del clóset dos veces: la primera, cuando enfrentó la vida como hombre homosexual, y la segunda, cuando decidió convertirse en mujer. Desde los 20 años, empezó a participar en eventos de belleza, como transformista. Hasta entonces, lo hacía únicamente por diversión. Pero cuando ganó Miss Colombia Gay, en el 2004, no solo cambió su vida social, sino que empezó a militar en el activismo.

"Descubrí que tenía más oportunidades como mujer, ya no me gustaba mi vida como hombre", dice Jéssica, quien afirma que gracias a un proceso espiritual decidió dar paso a su transformación. "Dios me ayudó a tomar la decisión correcta".

Sintió miedo. Se preguntaba cómo iba a ser su vida, de qué iba a vivir. "La prostitución suele ser el camino para muchas personas en mi situación, pero no lo fue para mí", afirma Jéssica, y cuenta que mientras se sometía a un tratamiento físico para feminizarse, se graduó como diseñadora de modas y más tarde como maquilladora profesional. Esos estudios le permitieron montar su propio negocio de disfraces y vestuario para espectáculos y de organización de eventos.

No se ha sentido excluida, excepto por su vecina, que cierra las cortinas cada vez que la ve. Prefiere no estar en sitios donde sabe que no va a ser bien aceptada. Y no le interesa cambiar de sexo. "No tiene ningún sentido mandarse a hacer una vagina de 40 millones de pesos para que tu abuelita, en Navidad, te vea y te diga: hola, Raúl".

Jorge Rincón, el gay masculino del documental, cuenta cómo le abrió el corazón a su papá: hace tres años, le regalaron una revista en la que encontró el texto 'Carta de un hijo gay a su padre'. Se la llevó a su papá, que estaba viendo un partido de fútbol. "Le dije: 'lee esto', y me fui".

El padre lo buscó 40 minutos más tarde y lo abrazó. "Entenderlo me ha hecho entender a la juventud y me ha convertido en mejor persona", dice Enrique Rincón, que también participó en el documental y que desde entonces pertenece a una asociación de padres de hijos homosexuales.

A Jorge, de 18 años y estudiante de Trabajo Social, sus amigos no le creyeron que era gay porque no se le notaba. Por eso, tal vez, nunca lo agredieron en el colegio, donde sí había un joven muy amanerado al que le hacían la vida imposible. Cuando se gradúe, dice, quiere dedicarse a ayudar a familias con hijos como él.

Camila Gómez, de 26 años, no solo dio su testimonio en la película, sino que participó en su elaboración. Es artista. En el documental, cuenta que cuando dijo que era lesbiana le pidieron que fuera al psicólogo, pero no quiso. A su familia la tranquilizó explicándole que no cambiaría solo por el hecho de amar a una mujer. "Es que uno no elige esto. Es algo que viene de aquí, del corazón". 

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